Edwin Antonio Gaona Salinas
SE BUSCA UN HIJO…
El cielo débilmente blanco,apaciblemente enfermo,escéptica la mueca al madero del crucificado,los labios en los senos que los seca el tiempo,la guedeja lánguida con la noche de sus hojasy los ojos un torrente de apetencias diluviasformando el lagrimal de océanodonde van todos los que lloran…Allá mismo van,a esa cierta mortandaddonde ladra el siglo decadenteinyectado de locuras.Tantas acucias, locos insomnios,vergeles deístas,dioses con muarés de laca y sedalinaen plena ganga de comedia,mirando las cosas seriasde humanos perjudicados.Ellos tartufos electrocutados,mascotas de sus credoscon burlas de zancadilla y mofas.La víctima del cebo homicida,vagabundo en busca de la fosa.Acuciantes émulos en orales salmos imaginariosmordidos a la reja, al pecho fronterizo y al alma.El paso embriagado con lengua dispersa,pudenda desnuda en la cara triste de la locura,la noche derriba la peanadonde yace como flor cortada.Cada corazón frotando olíbano para sanar el almacon olivares por dentro en las noches de unción,con los cátodos difuntos y los beodos al aire.Una mirada global, empedernida busca:Alcalinas fumarolas marchitando las pupilas.Neo correría, frontal balanza de oro curada,con la mano en la cuenta, desfalco provenaen las noches desesperadas.Ósculos rojos y lobos imaginarios…Vampiros monetarios en la limosna,Las debacles de la zona cero andantes.Hidras en Banco de capitales y corazones rotos.Despeadas almas de carpinteros voladores.Los nutricios en sueños, las niñas ni zuecos…,coturnos hablantes con los pulgares ajados.Riachos oscuros, amarguras inmundas volandocon historias feéricas del cuento pasado.La ofrenda vestal sin retorno de abundancia,jaras rozadas por la penumbra y la ola.Los metales trémulos entre el molinode los sudores y los halos del brujero,la cara de los ojos niños en la cara yertacon ronzares de glotoneríahasta el fin de las monedas.Luego las mentes a las voladas,al negocio de los mártirescon hipogrifos escondidos.Las caras vacías en las noches emergentes,fragmentos de conciencia con nubosos absurdos,con las sílfides ausentes,alas rotas sin recuerdosde cuando la vida era aurora,rocío y arrebol,mirando las estelas y las luciérnagas amigas…Ahora, ese ahora perverso,hiere a la madre en sus pétalos otoñales,no tiene florilegio, ni día, ni calmapor los pasos de su sangre,sangre sin destinoque no sabe, cuándo volverá.Sangre de la noche que nadiesabe curar...¡Si ves en el caminoun alma errante…!Quizá tu mano le pueda salvar.
Un día la
hija
interrogaba
al padre,
porqué
desapareció
el hombre
que vivía
en la
esquina…
(Contestó
el padre)
Caminó por
el silencio
en esas
noches de ciudad egoísta,
asediado de
motores
y vidrios
oscuros, miopes.
Con la
lluvia devastando cigarras
lloraba sus
desventajas,
con la
sabiduría de Queron
y la vieja
alma de Arneo,
como si ya
viejo
quisiera
dejar consejo.
(Preguntó
la niña) ¿Acaso estaba solo?
Había
vivido toda su vida,
solo
bajo el
puente.
(Preguntó
la niña) ¿Nadie lo vio?
Mentira,
una gran mentira.
Toda la
ciudad, toda lo vio.
Su
hipocresía de mirar a un lado
sigue
apedreando almas.
Esa ciudad
pasó
en promedio
sobre el puente
unas dos
veces al día
durante su
vida
y nadie lo
vio.
(Preguntó
la niña) ¿Y nadie, nadie lo vio?
Sus sangres
los llevaban
perdidos,
locos, en carreras.
Eran
caminantes ciegos.
No hubo
buen humano en esa vía,
ni monje,
ni bautista.
Muchas
veces resultó escayolado
con sus
propias tiras
y sus
propios yesos
curándose
de las pedradas.
(Preguntó
la niña) ¿Las piedras lo mataron?
¡No! Le
gustaban las piedras,
los cuarzos
del parque,
los hielos
llorosos del silencio,
las
bocanadas de madre de los ladrones,
las
esquinas frías,
las gotas
de hipocresía derramadas en el pasto.
El arroz
caliente cocinado en tulpas.
¡No! No lo
mataron las piedras.
Se murió de
pena.
(Dice la
niña) ¡De pena!
Si, de esa
que deja el motor atropellando,
esa del
parto y la madre muerta.
De esas con
opera de réquiem
resucitando
lágrimas al unísono.
De esas
sumidas en una pieza musical
de vallenato sentimental
hiriendo.
Todos
pensaban que tendría mal de soledad
y eran los
ciudadanos
que
llevaban la peste ciega,
habían
pasado mirando al vacío como flechas.
No lo
miraron nunca,
nunca
buscaron sus ojos
aunque él,
saludaba buscando su reflejo
en los
vidrios de sus privilegiados edificios.
Nadie lo
miró.
Eran ellos,
los que pasaron
dos veces
en promedio
durante
toda su vida
sobre el
puente.
(Dice la
niña) ¡Dos veces!
Si y lo
apedrearon,
dos
contadas por él mismo,
todos los
días y no lo vieron.
Miles de
veces lo apedrearon
en frente
de Cristo,
con
multitud y todo
en los
viacrucis públicos simulando pechos golpeados.
Millones de
veces le mintieron los políticos
y millones
de veces
le
siguieron robando.
Algunos lo
están estudiando
y dicen que
murió
al no
soportar infinidad de mentiras.
Era único,
él no
fumaba frente a los niños,
comía
prudentemente
para que no
saliven los caminantes,
escondía
sus zapatos
rotos bajo el cartón
para no dañar
su autoestima.
Al final,
y solo al
final
también se
acostumbró a mirar al vacío.
Aunque murió de pena
dejó
diciendo:
Qué, no lo
busquen…
(Preguntó
la niña) ¡¿Qué no lo busquen?!
¡Si! Qué
todo está perdonado,
que muerto
solo tendría gusanos…
Una noche
de huracanada,
gritó bajo
el puente
aterrado
por los rayos.
Gritaba que
le teme a la tormenta
al frío
muerto, al alimento frío.
Luego solo
gritaba,
gritaba
sudando las sangres viajeras:
Si las
estatuas viejas no se libraron
me libraré
yo,
que soy
apenas ronroneo de sangre
y carne
vieja.
Me duelen
mucho esas pedradas
de los que
no ven.
Lo gritaba
buscando
su propio
destierro.
…
Y se acabó.
Dicen que los rayos
lo llevaron
al cielo.
(Preguntó
la niña) ¿Y quién lo vio?
Lo vio
humildemente
la acera
embriagada de dolor.
Esa esquina
de figuras pasajeras,
lo vio
y lo lloró
instantáneamente,
lo lloró la
planta de sus innumerables cruces
y las aguas
negras
que
encendieron su color.
Lo lloró su
perro
que sigue
abandonado,
escudado en
aquel puente
donde tiene
sus recuerdos y su pena.
Ahora, lo
llora el rumor.
Muy por la
mañana vinieron
sus amigas
las almas,
para
llevarlo a enterrar,
pero no
pudieron.
Mas pronto
llegó la funda negra
destinataria
de los muertos en la calle,
y se lo
llevó…
¡Cómo le
temo a las fundas negras!
y al
gorrión que puso réquiem mañanero.
Aún dicen,
que los
rayos se lo llevaron,
esos rayos
que caen
en los
frízeres silenciosos
y profanos,
de las
morgues públicas.
Fue por la
noche cuando las llamas
eran
nuestras,
con el vino
fundido
y la carne
retozando.
Fue por la
madrugada
cuando las
sedas
vencían a
los cuerpos
en busca de
los sueños.
Fue en el
camino
cuando el
sol templaba
al musculo
con sus lanzas,
y las venas
jamás respondieron.
Fue con la
explosión de la lengua,
y las manos
hecho-fieras,
que la
palabra sofocada
tenía
vergüenza.
Fue del
volcán
que resumió
consuelo
en las
laderas llorosas
de la choza
y el viento
Fue en la
tarde cuando la hora
sufría la
forma apacible de irse
con el
mismo latir
de los ojos
sin lágrimas.
Fue en el
crepúsculo
donde el
gallo ya no estaba
y la senda
seguía abierta
en las
pupilas sin destino.
Fue como
dicen las hojas:
Un suspiro
verde
y al otro
día, solo tierra
en la raíz
del cielo.
Era en la noche
cuando buscábamos los milagros,
y en el cielo algunas estrellas
renovaban la esperanza,
aunque el granero poco a poco
quedaba sin reservas…,
lo que nunca pudo faltar
fue la esperanza.
La madre ponía entre las tulpas
a secar el hueso que guardaban,
precisamente para soportar la sequía.
Tan duro que pasábamos
noches y noches
hirviendo el mismo hueso
para tomar la misma sopa.
Algunas vacas,
de milagro caían a los barrancos
en las vísperas de la escasez,
marcando con sus validos su tristeza
y luego recogíamos
hasta el último pelo.
Aunque había pena…,
el mundo era así,
las vacas nos habían dado
leche y carne por siglos.
Le acompañaba a la noche
la madre sentada cerca del fogón.
Solo el zumbido de la olla cantaba
acompasada de las llamas
que chirriaban su eternidad
en una desintegración brutal de la leña.
Ese calor del fogón era dulce…
Se quedó eternamente dulce
con el niño que pedía que lo acurruque
y con sus huesos tiernos,
casi adoloridos,
escapándole al tiempo.
La olla,
una sofisticada forma del barro
que atrapaba el sabor perfecto
de la leña y el hueso.
A veces,
convencida de vencer el infierno
de sus brazas y sus llamas hipócritas.
Era dulce el calor,
pero letal y desgarrador en las carnes,
aunque todavía me confunde
si ese fogón nos salvó la vida
o fueron las vacas muertas,
o las hambres mismas
que nos mantenían respirantes.
En aquel fogón sueño,
con las manos de mamá abrigándome.
Hace días volví a sus abrigos…
En aquel lugar pleno de recuerdos
donde la olla sigue cantando,
siempre sueño…,
solo que ahora no calma el hambre,
mas bien, enjuga los ojos.
Los huesos que hervíamos varias veces
aún dejan el aroma
del hambre que llevábamos,
y desde esa noche hasta ahora
siguen hirviendo,
ojalá en todo este tiempo
ya podamos beber de su alimento.
Sigo arrullado
con la forma perfecta del tiempo
y ahora
hasta daría mi piel por volverlo a sentir.
Atizando el fogón,
el mismo fogón,
que proveía
cuando el hambre
nos mantenía vivos.
Huye vida
mía,
sepárate de
mis narices.
Vaga
estrepitosa, aturdida,
entre el
caos de tus respuestas,
en los
vientos amargos de la distancia
y la media
noche del tragamonedas.
En la
fumarola gris de tu cabeza
que deja la
coca infierna.
Anda…
camina,
sobre
montes y llanuras,
ábrete en
la pelvis flaca de la muerte.
Espárcete
en las miradas,
deja que
zumbe fiero,
el
escándalo de las penas
refugiando
el clamor en tus arrugas.
Enfría el
rescoldo de mis cenizas.
Así queda
mi herida,
sangre sin
aura
tirada por
el desconsuelo.
Te ausentas
sumida en
el destierro
de mis
células muertas,
pegada en
las polvaredas,
camino al
infierno,
como la
flor intocable
al nido de
gallinazos,
bajo la
burla y el olvido,
de mis
palabras malditas.
Úteros
pariendo
murallas
con alma,
cuerpo de
sombras
por nacer
sin ser.
Lagos de
sangre
mil venas
vacías,
naturaleza
muriendo
sobrenaturales
creciendo.
Hombres
convertidos,
mujeres
contagiadas.
Dios mío…
Flores al
duelo,
sueños al
aire.
Hombres sin
sexo,
mujeres a
hombres.
Los hijos
olvidados.
Los úteros
sin semillas,
el cielo
sin sombra
la llama
creciendo
la asfixia
llamando
el final
huyendo.
Viracocha
con botas,
el palacio
en orgía.
La
clandestinidad más oculta…
José con
maletas
María
ahorcada con trenzas,
Juan
llorando sin zapatos.
Las
estirpes exportando viejos.
Mi tumba,
construyendo poemas.
Palabras
desparramadas,
voces
cuerdas vertidas entre los nabos.
Demasiado
tristes entre las coles.
Clamor
brutalmente absurdo
nacido para
el corazón,
pisoteado
por salir del alma,
muerto por
nacer de un loco.
Poetas
caminantes, ruegos… lamentos.
Quilates de
sinceridad en paisajes bárbaros.
Cerebros
secos, vulgo convencido.
Risa loca,
castillos de agua.
Princesas,
delicia domada.
Gloria
eterna y final de ojos abiertos.
Poetas
llorosos…
Aventureros
estacionados,
soñadores
sin noche,
Quijotes
sin Dulcineas.
El tiempo
nos mata.
El río nos
carga.
Somos los
Quijotes vivos
rodeados de
yertos vivos.
MUNDOS
ESCRITOS
Una noche cualquiera
llegue a su amanecer
abrazando los sueños,
de escritos mundos de ayer:
Estaba don Quijote
en los molinos de la Mancha,
planteando en el estrado
demandas a los gigantes,
sin su demencia,
con pluma de caballero andante.
La ínsula prometida a Sancho
bufaba frente al desierto,
Sancho entraba en depresión
por la melancolía
de no tener Dulcinea.
Pobrecito mi patrón
cantaba Cabral
y Salomón,
ponía sus mejores aforismos
para las muchachas del barrio.
Melquiades inventaba el crac
y lo prohibía en Macondo.
El obispo que comía crestas de gallos
le subió el colesterol.
El coronel
comenzó a recibir correspondencia,
ya tenía quien le escriba.
Sayula y Macondo
no volvieron jamás a ser novelescos,
la fama inclemente los contaminó
y su naturaleza quedó contagiada de estrés.
Se reformaron los círculos del infierno de Dante
y se resumieron a dos,
el de los pecados de la internet
y los de las armas, el resto no es pecado;
desapareció el purgatorio
y cayo el cielo a la tierra.
Romeo y Julieta aún viven,
pero en unión libre,
Shakespeare para evitar la tragedia,
decidió reescribirlos.
La caperucita roja, anda de negro
de pena del lobo
haciéndose eco de la federación protectora de animales.
Poe dejó sus melancolías
para rehabilitar drogadictos
y Bukowski aún no decide
cuál es el mejor de sus vicios.
Neruda a formado el coro más grande del mundo
con Canto General y algunos poemas de amor.
Las venas abiertas de América latina
siguen con sueros,
soportan inyecciones letales
en cuidados intensivos.
En el país de nunca jamás,
han crecido los niños y las hadas.
El siglo de las luces está opaco
por las sucias intrigas.
Rayuela siguió apeltronandose,
y le hicieron sopa de letras.
Pantaleón y las Visitadoras llegaron a la Casa Verde.
La edad del tiempo
aún está por descubrirse.
Los heraldos negros
alcanzaron el eco en las elegías a las pléyades.
Homero concurrió a la feria del libro de Madrid
llevando solamente La Ilíada,
adujo que la odisea la venderá en América.
Benedetti sigue haciendo Poemas de la oficina,
sacándose el corazón para sus escogidos renglones.
El ego de Sábato ha crecido
y sigue siendo uno y el universo.
Ya todas las niñas
tienen un país de las maravillas.
Nietzsche ha confirmado desde hace días
que Dios está vivo,
incluso se saludan en África.
Ya no se hacen hechizos en Hogwarts,
las baritas mágicas son secreto de Estado.
Westeros se ha copado de historia,
funciona como museo.
La tierra media no tiene orcos,
los hobbits tocan rocanrol.
Los miserables han logrado ser banqueros.
Rimbaud aún vive poetizando en simbolismo.
Todos los poetas
están rimando y protestando,
nadie quiere dejar el coro de ángeles,
es la única forma de ir por el mundo en canciones.
La vida es bella, sigue bella, se mata con hambre.
Las novelas negras son prismáticas,
las románticas enferman,
las diabólicas ya no asustan,
las mágicas postergan.
Las poéticas dicen la verdad y alumbran.
Los mundos se escriben y se sueñan.
Mañana buscaré algo
como el amanecer
para buscar en mi destino
otros mundos escritos.
Y hoy les
dejo el recital
de los
poetas vivos
entre las
esculturas
de las
manos de Dios.
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